viernes, 14 de junio de 2024

 

EL CAMINO DEL ÓNICE


Imagen creada por IA


Mi corazón palpita con la fuerza de un huracán y mantengo los ojos abiertos de par en par incapaz de pestañar ni un solo segundo. Apenas me sostengo sobre mis pies, todo tiembla a mi alrededor. No puedo apartar la mirada de los ojos de mi madre, aunque desearía hacerlo con todas mis fuerzas. Un tenue halo de luz se cuela entre las copas de los árboles, jamás imaginé que los sauces fuesen testigos de un final tan amargo como este. Dicen que los sauces lloran, pero las únicas lágrimas que siento caer son las mías. Los lobos blancos aúllan como si fuesen capaces de predecir lo que está a punto de suceder.

Aprieto su mano con firmeza y la anclo en mi corazón, como si los latidos de una simple mortal pudiesen devolverle la vida que se le escapa suspiro a suspiro. Su mirada se posa en mí, es fría y dura como el acero de una daga. Navego en mi mente y solo puedo pensar que nunca debimos creer en su palabra, jamás debimos dejar que mi tío volviese de las Tierras del Destierro. A veces la ambición puede ser la peor de las trampas, la más mortal. Pero ahora no es buena idea malgastar el tiempo en acumular odio hacia él, no es buen momento cuando el presente ahoga como una soga al cuello. A cada cerdo le llega su San Martín.

Vuelvo a la cruda realidad, no puedo evitar besar su frente y pensar que el amor es como un ave inmortal que vuela más allá de lo conocido. No sé cómo podré vivir sin ella, sin sus caricias, abrazos y sin volver a escuchar su dulce voz.

Se avecina el solsticio de verano, noto el calor del sol besar mi piel y la aldea queda a unas diez cuadras; ya no alcanzo a ver la torre de la fortaleza. Marakata era nuestro hogar hasta que la podredumbre lo devoró todo.  

Me afano en buscar sabia de Anabela para poder contrarrestar el veneno que le paralizará cada uno de sus órganos en tan solo treinta minutos, pero su herida en el abdomen es muy profunda y ha perdido demasiada sangre. Aunque lograse suministrarle unas gotas de sabia, estamos lejos del poblado más cercano y tampoco podemos pedir ayuda en Marakata; ya no es territorio seguro.

Ella me mira con dulzura esta vez, intenta acercar su mano para acariciarme el rostro, pero apenas le queda un hilo de vida y sus fuerzas desfallecen. Su tez es blanca como la nieve y su pelo pelirrojo me recuerda al fuego que arroja el sol. Me acerco y me afano en intentar descifrar sus susurros, no quiero perderme las que quizás sean sus últimas palabras antes de sentarse junto a los dioses.

­—Amira, hija mía, tengo algo importante que darte. Busca un pequeño paquete en la alforja de mi caballo Raudo ­—le dijo con un casi imperceptible hilo de voz­—. Presta atención, es importante que cojas ese paquete, lo guardes en un sitio seguro y te dirijas a Arventia.

—No entiendo nada, mamá. ¿Qué contiene ese paquete? ¿Quién te lo ha dado y por qué es tan importante?

—Tus sueños… los cuentos… sigue las instrucciones… busca a Arkin… ­—me dijo con dificultad.

—Mamá, estoy asustada. No te entiendo. ¡Mamá, abre los ojos! ¡Responde! ¡No me dejes sola!

Sus ojos abiertos y sin vida se posan en los míos. No puedo creerlo, estoy sola, mi destino depende ahora de mis propios instintos. Ya no soy una princesa que goza de una vida de lujos, ya no vivo en una corte rodeada de siervos.

No tengo tiempo de llorar su muerte, no puedo ocultarme por mucho más tiempo, ya deben de estar cerca y no quiero acabar con una flecha sobre mi cuerpo al igual que mi madre.

Tomo dos pequeñas ramas y las uno con un trozo de cuerda dándoles forma de cruz y la coloco junto a su cuerpo, es lo único que tengo a mano para honrar su muerte.

Me levanto y me dirijo hasta Raudo para buscar el paquete. Está envuelto en la manta de rayas que usaba mi madre para acunarme cuando tan solo era un bebé. Me aferro por un instante a la manta para secar mis lágrimas, beso el colgante de mi amuleto y veo cómo cae una nota blanca escrita con tinta negra y una caligrafía perfecta en la que aparece un mensaje:

 

Querido destinatario, este paquete contiene algo de gran importancia. Por favor, no lo abras hasta el 13 de junio. Sigue las instrucciones al pie de la letra por tu propia seguridad. Cualquier intento de abrir esta caja antes de la fecha designada resultará en consecuencias desafortunadas. Confía en el proceso y espera pacientemente. Tu curiosidad será recompensada. 

 

Fijo mi mirada nuevamente en la caja, la volteo y la miro con extrañeza, su tamaño es pequeño pero el material del que está hecha hace que su peso sea considerable. Se trata de una caja de metal con piedras negras incrustadas y unas inscripciones en una lengua que desconozco. Tomo mi mapa y sigo con el dedo cada uno de los reinos que conforman el Valle de Daksina. Intento averiguar dónde se encuentra Arventia, supongo que allí encontraré respuestas. Me estremezco al comprobar que, para llegar hasta allí, tengo que cruzar el mar de las tormentas. Ahora no solo tengo que buscarme una nueva identidad y administrar mis víveres, además tengo que conseguir un barco que me lleve hasta allí.

Monto a Raudo y cabalgo unas cuadras hasta encontrar una zona frondosa, quizás este sea un buen lugar para cobijarse. Además, la oscuridad se aproxima y los peligros de la noche acechan. Así que agarro las riendas del caballo y las anudo a un árbol. Recojo las ramas más grandes que hay esparcidas por el suelo, y consigo fabricar un lecho entre los matorrales con algunas hojas de Kentia y Monstera.

Me tumbo en mi lecho y el sueño me acuna. Los párpados se cierran como dos cortinas que no dejan pasar la luz y me dejo vencer por el cansancio.

«Érase una vez una tierra donde la piel olía a sal, donde el rugido de las olas era la más bella de las canciones. En aquella hermosa villa habitaba un fornido marino que navegaba los archipiélagos en busca de aventuras, Samudra, el lobo de mar le apodaban…».

 —¡Mamá, vuelve! ¡No te vayas, por favor! ¿Cómo encuentro a Samudra?

Abro los ojos, mis músculos están entumecidos y las lágrimas ruedan por mis mejillas, es como si nunca se hubiese marchado de mi vida, como si estuviese a mi lado susurrándome al oído. No es la primera vez que escucho esa historia en boca de mi madre, quizás desde allá donde estuviese había encontrado un portal hasta mis sueños.

Me levanto de un salto y abro mi talega para tomar mi mapa. Lo extiendo sobre el suelo y sigo con mi dedo índice todo los caminos del reino hasta que justo casi al margen superior en la esquina derecha observo la capital marítima, donde se concentran todas las flotas del reino. Recuerdo que mi padre me contaba que en Nautiká se forjaron las grandes leyendas marinas, ya que era la puerta a las Tierras de Ultramar en aquellos entonces. Un territorio poco explorado que genera gran curiosidad hoy en día entre los más intrépidos.

Me coloco mis botas, mi capa y cubro mi cabeza con la capucha, no puedo arriesgarme a ser reconocida, aún me encuentro bastante cerca de mi antiguo hogar, Marakata. Además, el usurpador de mi tío ha puesto precio a mi cabeza. En este momento los mercenarios más sanguinarios del reino me persiguen como si fuesen perros dándole caza a una presa.

Me apresuro a guardar el mapa y a retomar mi camino cuando mi mano roza la caja. No puedo evitar pensar en qué puede ser tan importante como para emprender un viaje tan largo y peligroso.

Las Tierras de Ultramar, allí se encuentra mi destino: la isla de Arventia. Pero primero necesito llegar hasta Samudra, el lobo de mar.

Tras una agotadora semana de viaje en la que he cruzado frondosos bosques y no he tenido apenas contacto humano, ya puedo sentir cómo la brisa fresca acaricia mis mejillas y el olor a sal me invade. Alzo la mirada y al fin vislumbro los mástiles de algunos navíos.

Me acerco hasta la fuente más cercana para rellenar mi cantimplora y pregunto a una anciana dónde podría encontrar a Samudra, sin vacilar ni un segundo, me indicó que suele reunirse con sus hombres en la taberna de la esquina antes de partir a mediodía. Me dirijo hasta la taberna y veo que está abarrotada de hombres de todas las edades; aunque hay un abundante grupo de marineros con la piel curtida por el sol, manos grandes y callosas que beben vino mientras cantan y aúllan como si fuesen lobos. Empiezo a pensar que quizás mi madre se equivocase en su sueño, son casi las doce del mediodía y muchos de ellos apenas pueden sostenerse en pie. Entonces un hombre calvo, de aspecto rechoncho y más bien bajito se dirige hacia mí, me mira de arriba abajo y me lanza una sonrisa pícara.

—Hola preciosa. ¿Te gustaría pasar un agradable rato conmigo? Hay una fonda que no queda muy lejos de aquí…

—¡Quita tus sucias manos de mi cintura! —le grité mientras le daba un empujón que le hizo tropezarse con un taburete y caer al suelo de culo.

—¡Sucia rata! ¡Niñata malcriada! ¡Vas a saber lo que es un marinero enfurecido!

Sentí como si el fuego se apoderase de mí, se me hizo un nudo en la garganta y mis puños se apretaron, estaba lista para lanzarle un puñetazo cuando de repente un chico joven se levantó.

—¡Julius! ¡Ya es suficiente! ¡Estoy harto de tus constantes espectáculos! ¡Pide disculpas a la señorita inmediatamente! ¡Te recuerdo que llevamos el respeto por bandera! ¡Somos marinos, no piratas!

El hombre rechoncho se agachó con rapidez e hizo un gesto de reverencia en señal de disculpa para dejar paso a un chico de unos veinticinco años de complexión robusta, ojos castaños y una melena negra ondulada que le rozaba los hombros.

—Le pido disculpas en mi nombre señorita. Me llamo Samudra y esta es mi tripulación. Somos los lobos de mar. Por favor, dígame si hay algo que pueda hacer por usted.

—Acepto sus disculpas, pero le ruego que controle a sus hombres. He llegado hasta aquí porque necesito viajar hasta la isla de Arventia. Buscaba a algún avezado navegante que pudiese llevarme hasta allí.

—Supongo que sus motivos serán muy importantes para embarcarse en tan peligrosa hazaña. El mar es libre, por lo tanto, será bienvenida; pero cómo usted puede ver, tengo una gran tripulación que mantener y una nave que cuidar. No me considero mala persona, pero tampoco un buen samaritano.

—Entiendo, le puedo pagar con unas joyas que poseo.

Tras la aprobación de Samudra, nos dirigimos a puerto, las velas se izaron y pusimos rumbo a Arventia en su nave. Pronto dejamos atrás el cielo azul y la suave brisa para adentrarnos en un mar cada vez más embravecido. Tras unas horas de travesía, el atardecer se deja caer ante nuestros ojos. Es la primera vez que veo como los tonos anaranjados del sol bailan con los tonos azulados del mar en un espectáculo que enamoraría a cualquier pintor de la corte.

Eso me hizo pensar en Marakata y en el único recuerdo de mis padres: una misteriosa caja que no puedo abrir aún y que siento que tengo que proteger con mi propia vida.

Hasta ahora no me había parado a pensar en cuál podría ser su contenido, seguramente sería alguna valiosa joya que tendría que entregar a alguien a mi llegada a Arventia a cambio de protección y una nueva vida.

Apenas pruebo bocado durante la cena, las olas son cada vez más salvajes y su suave mecido se ha convertido en un loco vaivén. Me recuesto en mi camarote hasta que el peso del sueño se asienta en mis ojos.

El sonido de unos pasos me alerta en el silencio de la noche. Noto cómo una sombra se aproxima y rebusca entre mis pertenencias. Intento incorporarme y alcanzar mi quinqué, pero la misteriosa sombra ya se ha percatado de mis intenciones.

Me levanto de un salto, sigo el sonido de los pasos con la ayuda de un haz de luz que proviene de la luna y se cuela por los recovecos. Tras recorrer unos metros, estoy en la cubierta del barco y al fondo veo a Julius con mi caja entre las manos. Había descubierto mi secreto mejor guardado y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para destruirlo y destruirme con él.

 Me amenaza con tirarlo por la borda sino me encamo con él. Sigo gritando sin consuelo hasta que una ola golpea el barco y lo hace virar. Eso provoca que una cuerda de la vela se desprenda y azote con violencia el cuerpo de Julius. Veo como el paquete vuela por los aires y corro lo más rápido que mis músculos me permiten hasta que lo atrapo mientras Julius cae por la borda y su cuerpo es devorado por el mar.

Me quedo sentada sobre la cubierta para intentar procesar lo que acaba de suceder, los primeros rayos de sol acarician mi rostro mientras el alba despunta y unos fuertes brazos rodean mi cuerpo. Samudra había hecho virar el barco a propósito. Ahora no solo le debo el viaje, sino que también le debo mi vida…

 

 

 

Arventia es una tierra hermosa que está bañada por el mar en todos sus costados. Percibo una suave brisa que acompaña al rugido de las olas que rompen sobre el puente que lleva a la fortaleza. Alzo mi mirada y veo cinco torres. Recuerdo que la leyenda de la «Sabíduría ancestral de Marakata» cuenta que existe una tierra que está bañada por el mar y en la que cinco torres coronan el cielo. Cada una de ellas tiene el techo de forma puntiaguda y de diferentes colores. Se cree que en ellas viven los sabios. Se piensa que esta tierra se encuentra a Barlovento, ya que el aire que se desprende de este mágico lugar porta su sabiduría hasta el reino. Se dice que, en los días de levante, se puede llegar a oler el mar y disfrutar de una mayor lucidez desde todos los lugares del reino.

Quizás esta historia, después de todo no sea tan solo una simple leyenda legada de reyes a príncipes. Según los escritos, en esa ciudad habita un sabio en cada torre y cada uno de ellos es experto en un arte: lenguas, leyendas y escritos ancestrales, interpretación de designios del destino, profecías y sueños…

Debo apresurarme, apenas quedan unos días para el trece de junio y tengo que entregar la misteriosa caja a su destinatario lo antes posible.

Cruzo el puente que une la playa con la entrada a la fortaleza y empujo con todas mis fuerzas la impresionante puerta de madera, tras ellas unos guardias ataviados con armaduras y capas blancas me reciben. Les pregunto por Arkin y señalan a la torre azul. Respiro aliviada al saber que toda la travesía no ha sido en vano. Siento que cada vez estoy más cerca de conocer mi destino…

Accedo al interior de la torre, camino unos pasos y veo una sala con todas las paredes cubiertas por estanterías que llegan del suelo al techo. Un hombre mayor con cabello y barba larga de color castaño y piel arrugada se encuentra sentado al fondo de la sala. Le observo con detenimiento y veo que viste una túnica azul cielo. Me tiemblan las manos al pensar en qué decirle. Siento intriga por conocer qué dice el manuscrito que está examinando con una lupa, aunque ese no es mi objetivo principal.

—Buenos días, señor Arkin.

—¡No sé cuántas veces tengo que decir que no me molesten mientras estoy trabajando! Dime niña, si has osado entrar a mi morada sin tan siquiera llamar a la puerta, supongo que al menos será por un motivo importante.

—Sí señor, así es. Le traigo una caja que quizás le pertenezca, me la entregó mi madre Katia, la reina consorte de Marakata.

—¡No puede ser! ­—exclamó y se dirigió rápidamente a la estantería­—. Acércate niña, ven a ver este libro conmigo. Voy a contarte la profecía del Camino del Ónice. Según cuenta la leyenda, el portador de la caja decorada con piedras ónix estará destinado a viajar desde cualquier lugar de los cinco reinos al valle de Ónice y una vez allí ante el árbol de la Verdad deberá abrir la caja en la fecha indicada y revelar su verdadero ser. ¡Pequeña, eres la Elegida!

—Pero... pero… ¿La Elegida? ¿Qué se supone qué tengo que hacer?

—Deberás dirigirte al norte, cruzar el desierto de Agni y llegar hasta el valle de Ónice, una vez allí busca el árbol de la Verdad y las instrucciones te serán reveladas. Toma este mapa, te será de gran ayuda.

Le miro desconcertada tras escuchar la historia, abandono la fortaleza y pongo rumbo a mi destino de inmediato sin saber si estoy caminando hacia mi propia muerte guiada por un chiflado o hacia mi libertad.

Camino sin descanso por el asfixiante desierto de Agni, llevo ya cuatro días aquí. Estoy a punto de perder la fe en las palabras del sabio Arkin cuando a lo lejos veo unas montañas. Quizás tras la angustia que ahoga mi corazón, se albergue un rayo de esperanza.

Continúo caminando aunque mis pies pesan como si llevase unos grilletes con cadenas y el aire abrasador me oprime el pecho. Apenas tengo fuerzas y mis provisiones son escasas.

El sonido de un río me da fuerzas para continuar. No sé si se trata de un espejismo promovido por mi locura, o el viejo Arkin está en lo cierto y estoy apenas a unos metros del valle de Ónice. Prosigo mi camino casi arrastrándome por el suelo hasta que me sumerjo en un oasis de agua fresca. No puedo creer lo que mis ojos ven, un edén en mitad de la nada.

Me seco el rostro con premura, y noto cómo unas raíces se sumergen en el agua. Levanto la mirada y veo un inmenso árbol con el tronco retorcido y dos piedras con pequeñas gemas negras cómo las que decoran la caja. Me acerco a observarlas con atención y descubro una inscripción en una de ellas en la que reza:

«Si has llegado hasta aquí es porque eres la Elegida, sigue las instrucciones de la nota que te fue entregada, toma la llave que abre la caja y revela tu verdadero ser».

Las palabras de mi abuela resonaron con fuerza en mi mente: «El destino de los reinos está unido al tuyo, busca las respuestas en tu interior, cuando estés preparada toma esta llave y da alas a tu alma». Observo mi amuleto, el colgante de mi abuela resulta que no es solo un valioso recuerdo, sino que además es la llave que abre la puerta a mi destino.

Tomo la llave del colgante y busco una cerradura en la que encajarla. Tan pronto como giro la llave, la caja se abre y puedo ver una daga cuya empuñadura está cubierta por piedras de ónice y en la que reza una inscripción que dice: 

«Clava esta daga en el centro del tronco del árbol de la Verdad y bebe de su sabia. Si tu corazón alberga odio, tu alma será condenada a servir al mal; pero si, por el contrario, tu corazón alberga amor, tu alma será destinada a hacer el bien».

Mi cuerpo se estremece, los nervios me devoran las entrañas y el sudor recorre mi frente. Tomo la daga con ambas manos y la clavo en el centro del árbol. Una luz blanca invade todo el valle y me pierdo en ella…

 «Destino, soy tu siervo. ¡Revélame lo que los dioses esperan de mí!».

 

* Todos los derechos reservados. Esta obra está protegida por las leyes de copyright y tratados internacionales. Relato registrado en Safe Creative.

Historias a pinceladas


¿Quién soy?

 


Mi nombre es Davinia y resido en España. Este proyecto surge de la necesidad de darle vida a las escenas que veo en mi mente. Desde mi infancia he soñado con mundos de ficción que solo yo podía ver. Diferentes personajes que no conocía me contaban sus vidas y me empujaban a narrarlas. Además, soy una mente inquieta atraída por el mundo del arte.

He sido una enamorada de los libros desde que era una niña. Me encantaba pasar los días rodeada de historias. Leía, escribía o incluso dibujaba lo que mi mente me susurraba. Siempre recordaré con especial cariño algunas lecturas que me empujaron a escribir como «Danko, el caballo que conocía las estrellas» de la colección «El Barco de Vapor» o «Rimas y Leyendas» de Gustavo Adolfo Bécquer que me robó el corazón durante mi adolescencia.

Actualmente me estoy formando en escritura de relatos y novela de ficción con la Editora y Mentora de Novela y Creación Literaria Silvia Lambda, conocida en Instagram como Valiente Inspo. Es un proyecto que afronto con mucha ilusión y que está logrando que ame aún más el oficio de escribir.

Anteriormente me formé en poesía con el poeta Bernard Engel en Poetik Lab lo que me hizo ver la magia que se esconde tras los versos de un poema.


¿Por qué escogí el nombre de Historias a pinceladas?


El nombre del blog nace de la necesidad de expresar mi motivación por pintar en la mente de los lectores las imágenes que veo. Eso me lleva a mostraros pinceladas de las historias que viven en mí y que forman parte de mi mundo de ficción. Por esa razón me gusta decir que pinto historias con pluma y papel.