EL CAMINO DEL ÓNICE
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Mi corazón palpita con la fuerza de un
huracán y mantengo los ojos abiertos de par en par incapaz de pestañar ni un
solo segundo. Apenas me sostengo sobre mis pies, todo tiembla a mi alrededor.
No puedo apartar la mirada de los ojos de mi madre, aunque desearía hacerlo con
todas mis fuerzas. Un tenue halo de luz se cuela entre las copas de los
árboles, jamás imaginé que los sauces fuesen testigos de un final tan amargo
como este. Dicen que los sauces lloran, pero las únicas lágrimas que siento
caer son las mías. Los lobos blancos aúllan como si fuesen capaces de predecir
lo que está a punto de suceder.
Aprieto su mano con firmeza y la anclo en
mi corazón, como si los latidos de una simple mortal pudiesen devolverle la
vida que se le escapa suspiro a suspiro. Su mirada se posa en mí, es fría y
dura como el acero de una daga. Navego en mi mente y solo puedo pensar que nunca
debimos creer en su palabra, jamás debimos dejar que mi tío volviese de las Tierras
del Destierro. A veces la ambición puede ser la peor de las trampas, la más
mortal. Pero ahora no es buena idea malgastar el tiempo en acumular odio hacia
él, no es buen momento cuando el presente ahoga como una soga al cuello. A cada
cerdo le llega su San Martín.
Vuelvo a la cruda realidad, no puedo
evitar besar su frente y pensar que el amor es como un ave inmortal que vuela
más allá de lo conocido. No sé cómo podré vivir sin ella, sin sus caricias,
abrazos y sin volver a escuchar su dulce voz.
Se avecina el solsticio de verano, noto el
calor del sol besar mi piel y la aldea queda a unas diez cuadras; ya no alcanzo
a ver la torre de la fortaleza. Marakata era nuestro hogar hasta que la
podredumbre lo devoró todo.
Me afano en buscar sabia de Anabela para
poder contrarrestar el veneno que le paralizará cada uno de sus órganos en tan
solo treinta minutos, pero su herida en el abdomen es muy profunda y ha perdido
demasiada sangre. Aunque lograse suministrarle unas gotas de sabia, estamos
lejos del poblado más cercano y tampoco podemos pedir ayuda en Marakata; ya no
es territorio seguro.
Ella me mira con dulzura esta vez, intenta acercar su mano para acariciarme el rostro, pero apenas le queda un hilo de vida y sus fuerzas desfallecen. Su tez es blanca como la nieve y su pelo pelirrojo me recuerda al fuego que arroja el sol. Me acerco y me afano en intentar descifrar sus susurros, no quiero perderme las que quizás sean sus últimas palabras antes de sentarse junto a los dioses.
—Amira, hija mía, tengo algo importante que darte. Busca un pequeño
paquete en la alforja de mi caballo Raudo —le dijo con un casi imperceptible
hilo de voz—. Presta atención, es importante que cojas ese paquete, lo guardes
en un sitio seguro y te dirijas a Arventia.
—No
entiendo nada, mamá. ¿Qué contiene ese paquete? ¿Quién te lo ha dado y por qué
es tan importante?
—Tus sueños…
los cuentos… sigue las instrucciones… busca a Arkin… —me dijo con dificultad.
—Mamá,
estoy asustada. No te entiendo. ¡Mamá, abre los ojos! ¡Responde! ¡No me dejes
sola!
Sus ojos
abiertos y sin vida se posan en los míos. No puedo creerlo, estoy sola, mi
destino depende ahora de mis propios instintos. Ya no soy una princesa que goza
de una vida de lujos, ya no vivo en una corte rodeada de siervos.
No tengo
tiempo de llorar su muerte, no puedo ocultarme por mucho más tiempo, ya deben
de estar cerca y no quiero acabar con una flecha sobre mi cuerpo al igual que
mi madre.
Tomo dos
pequeñas ramas y las uno con un trozo de cuerda dándoles forma de cruz y la
coloco junto a su cuerpo, es lo único que tengo a mano para honrar su muerte.
Me levanto
y me dirijo hasta Raudo para buscar el paquete. Está envuelto en la manta de
rayas que usaba mi madre para acunarme cuando tan solo era un bebé. Me aferro
por un instante a la manta para secar mis lágrimas, beso el colgante de mi
amuleto y veo cómo cae una nota blanca escrita con tinta negra y una caligrafía
perfecta en la que aparece un mensaje:
Querido
destinatario, este paquete contiene algo de gran importancia. Por favor, no lo
abras hasta el 13 de junio. Sigue las instrucciones al pie de la letra por tu
propia seguridad. Cualquier intento de abrir esta caja antes de la fecha
designada resultará en consecuencias desafortunadas. Confía en el proceso y
espera pacientemente. Tu curiosidad será recompensada.
Fijo mi
mirada nuevamente en la caja, la volteo y la miro con extrañeza, su tamaño es
pequeño pero el material del que está hecha hace que su peso sea considerable.
Se trata de una caja de metal con piedras negras incrustadas y unas
inscripciones en una lengua que desconozco. Tomo mi mapa y sigo con el dedo
cada uno de los reinos que conforman el Valle de Daksina. Intento averiguar
dónde se encuentra Arventia, supongo que allí encontraré respuestas. Me
estremezco al comprobar que, para llegar hasta allí, tengo que cruzar el mar de
las tormentas. Ahora no solo tengo que buscarme una nueva identidad y
administrar mis víveres, además tengo que conseguir un barco que me lleve hasta
allí.
Monto a
Raudo y cabalgo unas cuadras hasta encontrar una zona frondosa, quizás este sea
un buen lugar para cobijarse. Además, la oscuridad se aproxima y los peligros
de la noche acechan. Así que agarro las riendas del caballo y las anudo a un
árbol. Recojo las ramas más grandes que hay esparcidas por el suelo, y consigo fabricar
un lecho entre los matorrales con algunas hojas de Kentia y Monstera.
Me tumbo en
mi lecho y el sueño me acuna. Los párpados se cierran como dos cortinas que no
dejan pasar la luz y me dejo vencer por el cansancio.
«Érase una
vez una tierra donde la piel olía a sal, donde el rugido de las olas era la más
bella de las canciones. En aquella hermosa villa habitaba un fornido marino que
navegaba los archipiélagos en busca de aventuras, Samudra, el lobo de mar le
apodaban…».
—¡Mamá, vuelve! ¡No te vayas, por favor! ¿Cómo
encuentro a Samudra?
Abro los
ojos, mis músculos están entumecidos y las lágrimas ruedan por mis mejillas, es
como si nunca se hubiese marchado de mi vida, como si estuviese a mi lado
susurrándome al oído. No es la primera vez que escucho esa historia en boca de
mi madre, quizás desde allá donde estuviese había encontrado un portal hasta
mis sueños.
Me levanto
de un salto y abro mi talega para tomar mi mapa. Lo extiendo sobre el suelo y
sigo con mi dedo índice todo los caminos del reino hasta que justo casi al
margen superior en la esquina derecha observo la capital marítima, donde se
concentran todas las flotas del reino. Recuerdo que mi padre me contaba que en
Nautiká se forjaron las grandes leyendas marinas, ya que era la puerta a las Tierras
de Ultramar en aquellos entonces. Un territorio poco explorado que genera gran curiosidad hoy en día entre
los más intrépidos.
Me coloco
mis botas, mi capa y cubro mi cabeza con la capucha, no puedo arriesgarme a ser
reconocida, aún me encuentro bastante cerca de mi antiguo hogar, Marakata. Además,
el usurpador de mi tío ha puesto precio a mi cabeza. En este momento los
mercenarios más sanguinarios del reino me persiguen como si fuesen perros
dándole caza a una presa.
Me apresuro
a guardar el mapa y a retomar mi camino cuando mi mano roza la caja. No puedo
evitar pensar en qué puede ser tan importante como para emprender un viaje tan
largo y peligroso.
Las Tierras
de Ultramar, allí se encuentra mi destino: la isla de Arventia. Pero primero
necesito llegar hasta Samudra, el lobo de mar.
Tras una
agotadora semana de viaje en la que he cruzado frondosos bosques y no he tenido
apenas contacto humano, ya puedo sentir cómo la brisa fresca acaricia mis
mejillas y el olor a sal me invade. Alzo la mirada y al fin vislumbro los
mástiles de algunos navíos.
Me acerco hasta la fuente más cercana para rellenar mi cantimplora y pregunto a una anciana dónde podría encontrar a Samudra, sin vacilar ni un segundo, me indicó que suele reunirse con sus hombres en la taberna de la esquina antes de partir a mediodía. Me dirijo hasta la taberna y veo que está abarrotada de hombres de todas las edades; aunque hay un abundante grupo de marineros con la piel curtida por el sol, manos grandes y callosas que beben vino mientras cantan y aúllan como si fuesen lobos. Empiezo a pensar que quizás mi madre se equivocase en su sueño, son casi las doce del mediodía y muchos de ellos apenas pueden sostenerse en pie. Entonces un hombre calvo, de aspecto rechoncho y más bien bajito se dirige hacia mí, me mira de arriba abajo y me lanza una sonrisa pícara.
—Hola preciosa. ¿Te gustaría pasar un agradable rato conmigo? Hay una fonda que no
queda muy lejos de aquí…
—¡Quita tus
sucias manos de mi cintura! —le grité mientras le daba un empujón que le hizo tropezarse
con un taburete y caer al suelo de culo.
—¡Sucia
rata! ¡Niñata malcriada! ¡Vas a saber lo que es un marinero enfurecido!
Sentí como si el fuego se apoderase de mí, se me hizo un nudo en la garganta y mis puños se apretaron, estaba lista para lanzarle un puñetazo cuando de repente un chico joven se levantó.
—¡Julius!
¡Ya es suficiente! ¡Estoy harto de tus constantes espectáculos! ¡Pide disculpas
a la señorita inmediatamente! ¡Te recuerdo que llevamos el respeto por bandera!
¡Somos marinos, no piratas!
El hombre
rechoncho se agachó con rapidez e hizo un gesto de reverencia en señal
de disculpa para dejar paso a un chico de unos veinticinco años de complexión
robusta, ojos castaños y una melena negra ondulada que le rozaba los hombros.
—Le pido
disculpas en mi nombre señorita. Me llamo Samudra y esta es mi tripulación.
Somos los lobos de mar. Por favor, dígame si hay algo que pueda hacer por
usted.
—Acepto sus
disculpas, pero le ruego que controle a sus hombres. He llegado hasta aquí
porque necesito viajar hasta la isla de Arventia. Buscaba a algún avezado
navegante que pudiese llevarme hasta allí.
—Supongo
que sus motivos serán muy importantes para embarcarse en tan peligrosa hazaña.
El mar es libre, por lo tanto, será bienvenida; pero cómo usted puede ver, tengo una gran tripulación que mantener y una nave que cuidar. No me
considero mala persona, pero tampoco un buen samaritano.
—Entiendo,
le puedo pagar con unas joyas que poseo.
Tras la aprobación de Samudra, nos dirigimos a puerto, las velas se izaron y pusimos rumbo a Arventia
en su nave. Pronto dejamos atrás el cielo azul y la suave brisa para
adentrarnos en un mar cada vez más embravecido. Tras unas horas de travesía, el
atardecer se deja caer ante nuestros ojos. Es la primera vez que veo como los
tonos anaranjados del sol bailan con los tonos azulados del mar en un
espectáculo que enamoraría a cualquier pintor de la corte.
Eso me hizo
pensar en Marakata y en el único recuerdo de mis padres: una misteriosa caja que no
puedo abrir aún y que siento que tengo que proteger con mi propia vida.
Hasta ahora
no me había parado a pensar en cuál podría ser su contenido, seguramente sería
alguna valiosa joya que tendría que entregar a alguien a mi llegada a Arventia
a cambio de protección y una nueva vida.
Apenas pruebo
bocado durante la cena, las olas son cada vez más salvajes y su suave mecido se ha
convertido en un loco vaivén. Me recuesto en mi camarote hasta que el peso del
sueño se asienta en mis ojos.
El sonido
de unos pasos me alerta en el silencio de la noche. Noto cómo una sombra
se aproxima y rebusca entre mis pertenencias. Intento incorporarme y alcanzar
mi quinqué, pero la misteriosa sombra ya se ha percatado de mis intenciones.
Me levanto
de un salto, sigo el sonido de los pasos con la ayuda de un haz de luz que
proviene de la luna y se cuela por los recovecos. Tras recorrer unos metros, estoy
en la cubierta del barco y al fondo veo a Julius con mi caja entre las manos.
Había descubierto mi secreto mejor guardado y estaba dispuesto a hacer
cualquier cosa para destruirlo y destruirme con él.
Me amenaza con tirarlo por la borda sino me
encamo con él. Sigo gritando sin consuelo hasta que una ola golpea el barco y
lo hace virar. Eso provoca que una cuerda de la vela se desprenda y azote con violencia
el cuerpo de Julius. Veo como el paquete vuela por los aires y corro lo más
rápido que mis músculos me permiten hasta que lo atrapo mientras Julius cae por
la borda y su cuerpo es devorado por el mar.
Me quedo
sentada sobre la cubierta para intentar procesar lo que acaba de suceder, los
primeros rayos de sol acarician mi rostro mientras el alba despunta y unos
fuertes brazos rodean mi cuerpo. Samudra había hecho virar el barco a
propósito. Ahora no solo le debo el viaje, sino que también le debo mi vida…
Arventia es una tierra hermosa que está bañada por el mar en todos sus costados. Percibo una suave brisa que acompaña al rugido de las olas que rompen sobre el puente que lleva a la fortaleza. Alzo mi mirada y veo cinco torres. Recuerdo que la leyenda de la «Sabíduría ancestral de Marakata» cuenta que existe una tierra que está bañada por el mar y en la que cinco torres coronan el cielo. Cada una de ellas tiene el techo de forma puntiaguda y de diferentes colores. Se cree que en ellas viven los sabios. Se piensa que esta tierra se encuentra a Barlovento, ya que el aire que se desprende de este mágico lugar porta su sabiduría hasta el reino. Se dice que, en los días de levante, se puede llegar a oler el mar y disfrutar de una mayor lucidez desde todos los lugares del reino.
Quizás esta
historia, después de todo no sea tan solo una simple leyenda legada de reyes a príncipes. Según los escritos, en esa ciudad habita un sabio en cada torre y cada
uno de ellos es experto en un arte: lenguas, leyendas y escritos ancestrales,
interpretación de designios del destino, profecías y sueños…
Debo
apresurarme, apenas quedan unos días para el trece de junio y tengo que
entregar la misteriosa caja a su destinatario lo antes posible.
Cruzo el
puente que une la playa con la entrada a la fortaleza y empujo con todas mis
fuerzas la impresionante puerta de madera, tras ellas unos guardias ataviados
con armaduras y capas blancas me reciben. Les pregunto por Arkin y señalan a la
torre azul. Respiro aliviada al saber que toda la travesía no ha sido en vano.
Siento que cada vez estoy más cerca de conocer mi destino…
Accedo al interior de la torre, camino unos pasos y veo una sala con todas las paredes cubiertas por estanterías que llegan del suelo al techo. Un hombre mayor con cabello y barba larga de color castaño y piel arrugada se encuentra sentado al fondo de la sala. Le observo con detenimiento y veo que viste una túnica azul cielo. Me tiemblan las manos al pensar en qué decirle. Siento intriga por conocer qué dice el manuscrito que está examinando con una lupa, aunque ese no es mi objetivo principal.
—Buenos
días, señor Arkin.
—¡No sé cuántas
veces tengo que decir que no me molesten mientras estoy trabajando! Dime niña,
si has osado entrar a mi morada sin tan siquiera llamar a la puerta, supongo
que al menos será por un motivo importante.
—Sí señor,
así es. Le traigo una caja que quizás le pertenezca, me la entregó mi madre
Katia, la reina consorte de Marakata.
—¡No puede
ser! —exclamó y se dirigió rápidamente a la estantería—. Acércate niña, ven a
ver este libro conmigo. Voy a contarte la profecía del Camino del Ónice. Según
cuenta la leyenda, el portador de la caja decorada con piedras ónix estará
destinado a viajar desde cualquier lugar de los cinco reinos al valle de Ónice y
una vez allí ante el árbol de la Verdad deberá abrir la caja en la fecha
indicada y revelar su verdadero ser. ¡Pequeña, eres la Elegida!
—Pero...
pero… ¿La Elegida? ¿Qué se supone qué tengo que hacer?
—Deberás
dirigirte al norte, cruzar el desierto de Agni y llegar hasta el valle de Ónice,
una vez allí busca el árbol de la Verdad y las instrucciones te serán
reveladas. Toma este mapa, te será de gran ayuda.
Le miro
desconcertada tras escuchar la historia, abandono la fortaleza y pongo rumbo a mi destino de inmediato sin saber si estoy caminando hacia mi propia muerte guiada por un chiflado
o hacia mi libertad.
Camino sin descanso por el asfixiante desierto de Agni, llevo ya cuatro días aquí. Estoy a punto de perder la fe en las palabras del sabio Arkin cuando a lo lejos veo unas montañas. Quizás tras la angustia que ahoga mi corazón, se albergue un rayo de esperanza.
Continúo caminando aunque mis pies pesan como si llevase unos grilletes con cadenas y el aire abrasador me oprime el pecho. Apenas tengo fuerzas y mis provisiones son escasas.
El sonido
de un río me da fuerzas para continuar. No sé si se trata de un espejismo
promovido por mi locura, o el viejo Arkin está en lo cierto y estoy apenas a
unos metros del valle de Ónice. Prosigo mi camino casi arrastrándome por el
suelo hasta que me sumerjo en un oasis de agua fresca. No puedo creer lo que
mis ojos ven, un edén en mitad de la nada.
Me seco el
rostro con premura, y noto cómo unas raíces se sumergen en el agua. Levanto la mirada y veo
un inmenso árbol con el tronco retorcido y dos piedras con pequeñas gemas
negras cómo las que decoran la caja. Me acerco a observarlas con atención y descubro
una inscripción en una de ellas en la que reza:
«Si has
llegado hasta aquí es porque eres la Elegida, sigue las instrucciones de la
nota que te fue entregada, toma la llave que abre la caja y revela tu verdadero
ser».
Las
palabras de mi abuela resonaron con fuerza en mi mente: «El destino de los
reinos está unido al tuyo, busca las respuestas en tu interior, cuando estés
preparada toma esta llave y da alas a tu alma». Observo mi amuleto, el colgante de
mi abuela resulta que no es solo un valioso recuerdo, sino que además es la llave que abre la puerta a mi destino.
Tomo la llave del colgante y busco una cerradura en la que encajarla. Tan pronto como giro la llave, la caja se abre y puedo ver una daga cuya empuñadura está cubierta por piedras de ónice y en la que reza una inscripción que dice:
«Clava esta
daga en el centro del tronco del árbol de la Verdad y bebe de su sabia. Si tu
corazón alberga odio, tu alma será condenada a servir al mal; pero si, por el
contrario, tu corazón alberga amor, tu alma será destinada a hacer el bien».
Mi cuerpo se estremece, los nervios me devoran las entrañas y el sudor recorre mi frente. Tomo la daga con ambas manos y la clavo en el centro del árbol. Una luz blanca invade todo el valle y me pierdo en ella…
«Destino, soy tu siervo. ¡Revélame lo que los
dioses esperan de mí!».
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